16 de Abril 2020

Carta del Presidente de AEA sobre la crisis provocada por la COVID-19

Armando Mateos hace un análisis de las consecuencias económicas de la misma para el sector

Estimados asociados:

 

En primer lugar, y como es preceptivo, espero que todos os encontréis bien, así como vuestras familias.

 

Como Presidente de AEA quisiera haceros llegar unas primeras reflexiones sobre el camino que tenemos por delante, una vez que la emergencia económica, y luego la social, se manifiesten en toda su magnitud, tras la emergencia sanitaria (ojalá me equivoque extensamente).

 

Esta crisis sanitaria está demostrando 2 cosas:

 

1. Hay voces que dicen que la “desregulación” de nuestro modelo económico actual no funciona; sin embargo, la caída de la URSS por la nula sostenibilidad económica de su modelo de Estado, demostró ser un modelo que tampoco funcionaba. ¿Qué es lo que pasa entonces? ¿No será que, en realidad, estamos más regulados que nunca? Leyes, decretos, normas y más, y más…

 

2. Europa sigue sin saber qué quiere ser de mayor; es más, no quiere ser mayor. No es capaz de estructurar políticas económicas, ni sociales, de cohesión entre sus países miembros que nos sitúe en el mapa mundial de influencia económica como interlocutor de peso frente a EEUU, China, Rusia o India. El "aldeanismo" de algunos países miembros que se creen adalides del buen hacer, unido a políticas económicas no siempre enfocadas con rigurosidad por parte de los países del sur, nos mantiene entretenidos en discusiones bizantinas que a nadie benefician.

 

La falsa “desregulación” de los mercados, ha derivado en una globalización que sacrifica, en aras de la competitividad, cualquier otro criterio de compra que no sea el precio. Y eso estaría bien, si no fuera porque el precio real no es el que figura en la factura de lo que compramos. Es solo una parte del precio, el más fácil de pagar a corto plazo: los euros. Pero ¿cómo se cuantifica el precio medioambiental en modo de emisiones innecesarias que pagamos por traer uvas de Chile o naranjas de Sudáfrica? La huella de carbono de cada producto que pasa por nuestras manos no es más que la punta del iceberg del problema. Si un producto que viaja miles de kilómetros es más barato, es fácil pensar que, para neutralizar el coste de expedición, alguien tiene que renunciar a algo: a la protección social de los trabajadores que lo producen, o a la conservación ambiental del entorno donde se fabrica o se reciben subvenciones de energía o materias primas… Aparecen dudas que apuntan a ventajismo económico carente de la ética y los valores sociales que se presuponen en nuestro mercado.

 

Con respecto a lo que quiere ser Europa, cada vez hay menos dudas de que la Europa de dos velocidades siempre lo será. Países como Alemania, Holanda, Austria y alguno más, están mostrando muy poca empatía con la Europa de la segunda velocidad; demostrando así que este es el estado natural de las cosas que les interesa y que no van a hacer nada para cambiarlo. Los de la segunda velocidad somos clientes cautivos de los de la primera en productos de valor añadido. A cambio, nos dejan ser proveedores de "commodities" y un sitio barato para sus residencias de verano. La consecuencia es que la balanza de pagos les es claramente favorable, aportando a su PIB unos ingresos que les permiten también mantener distancias en inversiones de investigación. Nos dicen: “vosotros no tenéis dinero para investigar porque os tenéis que endeudar, pero no os preocupéis que ya investigamos nosotros y os lo vendemos luego”. Es cierto que, en algunos países como el nuestro, no se enfoca bien el dinero que gastamos, y que gastamos mucho más que lo que se ingresa, generando cada vez más déficit, más deuda y, por ende, desconfianza de nuestros “socios”.

 

Conforme se ganaba bienestar en España, los costes de producción aumentaban; los sectores de actividad pasaban del manufacturero a los servicios y así hemos llegado a la situación de hoy: no tenemos tejido productivo ni para fabricar mascarillas. Esto nos hace estar muy expuestos a otras posibles pandemias. Durante la Guerra Fría nadie quería estar sin siderurgia o carbón; por deficitario que fuera, era lo que hacía posible defendernos en caso de conflicto bélico. Hoy las guerras son más parecidas a esta de la COVID-19 y sólo una economía basada en una industria con principios responsables de consumo nos permitirá invertir en ese tipo de protección.

 

Esta crisis coge a España con el paso cambiado (la verdad es que siempre nos coge con el paso cambiado). Un elevado endeudamiento, déficit año tras año -a pesar de haber sido el país de la UE que más crecía estos últimos años- y, por tanto, un margen de maniobra nulo, una dependencia brutal del sector servicios que va a tener como consecuencia una disminución de la capacidad adquisitiva de muchas personas que dependen absolutamente de ello. El sector de la automoción bajo mínimos. Una actividad interna muy mermada; de hecho, el crecimiento de España estos últimos tiempos ha venido inducido por la exportación que también perderá fuelle en los próximos meses.

 

Y, ¿cómo afecta todo esto a nuestro sector?

 

Si la exportación se ve mermada, puesto que muchos países destino de nuestros productos están sufriendo las consecuencias del virus, es de suponer que también nuestras exportaciones de producto industrial se verán disminuidas. Y mucho más cuanto más tiempo nos tengan confinados y tengamos restringida nuestra actividad productiva, puesto que otros competidores, de otros países, podrían comenzar a ocupar nuestro lugar.

 

La reactivación de los distintos sectores será heterogénea. Las previsiones económicas de los distintos organismos, tanto públicos como privados, no auguran un 2020 bueno, por lo que hay que estar preparados.

 

Nuestro sector debe aprovechar las excelentes propiedades del Aluminio para diversificar su producción accediendo a fabricar tantos productos como aplicaciones tiene nuestro metal. Hay una gran cantidad de aplicaciones en las que los perfiles extruidos de aluminio ponen sus excelentes prestaciones al servicio de la industria, y los próximos años nos van a demostrar cuál es su auténtico potencial y cuál es la grandeza del material con el que están fabricados. Debemos diversificar producciones para ser capaces de llegar cuanto antes a estos mercados industriales en los que el Aluminio está llamado a desempeñar un importantísimo papel.

 

Y ¿cómo afecta esto al sector de la construcción? La construcción es el segundo sector en importancia tras el turismo, si lo medimos en términos de PIB -y eso teniendo en cuenta que aún no ha recuperado ni la mitad de su velocidad de crucero tras la crisis del 2008- por tanto, estamos hablando de un sector de capital relevancia.

 

La edificación en España es un sector muy dinámico, la gran heterogeneidad del clima, tiene como consecuencia que dominemos las técnicas de construcción adecuadas a cualquier requerimiento prestacional.

 

Así, somos un país que puede exportar know-how constructivo.

 

Parece, en cambio, que algunos están empeñados en la “altruista” causa de enseñarnos a construir mejor, sólo que no es altruista. Se propugnan “estándares” que se basan en cinco obviedades que se podrían tener en cuenta sin el refrendo de ninguna certificación de paso por caja. En realidad, son una sofisticada red de intereses económicos para que una parte nada desdeñable del coste de construcción termine en alguno de esos países, por cierto, poco empáticos con España en estos momentos difíciles, que nos quieren castigar por un virus que, ni hemos creado, ni hemos exportado.

 

Por otro lado, es absurdo que el segundo sector que más aporta al PIB español no funcione bajo los principios de la economía circular. Cuando se habla de sostenibilidad por alguno de esos estándares, ¿sabemos realmente a qué sostenibilidad se apela?, ¿a la medioambiental, llenándonos de productos no reciclables que terminarán siendo un residuo de casi imposible tratamiento en nuestros vertederos?, ¿a la económica, que nos hace importar productos que hacen que no se fabrique en España, en aras de una certificación que también se paga a esos países que supuestamente nos enseñan a construir? ¿Es necesario pagar en el precio de una vivienda una estructura piramidal de comisiones cuya cúpula está fuera de nuestras fronteras? ¿De verdad estamos siendo responsables desde el punto de vista social cuando invertimos o compramos?

 

En una visita a una fábrica de materiales de construcción, un promotor que vende viviendas con alguno de esos “estándares”, preguntaba al guía de la visita: “Y en esta empresa… ¿tenéis bien pagados a los trabajadores? Porque si pagáis poco, éstos no pueden comprar mis viviendas”. La reflexión adecuada hubiera sido: “Podría tener más trabajadores y mejor pagados si tus promociones pusieran nuestro material, en vez de lo que pagas en productos y certificaciones que terminan en Alemania. Y esos, seguro que no van a comprar tus viviendas”.

 

Nuestra economía necesita recuperarse. La construcción es un actor imprescindible en esa recuperación y debe apoyarse en una industria netamente española basada en la economía circular. ¿Estamos aplicando criterios racionales en nuestras compras? Esa pregunta la tendremos que responder todos y cada uno de los españoles que exijamos al Estado que nos proteja cuando llegue la siguiente pandemia.

 

Espero que estas reflexiones sirvan para que todos pensemos en cuál debe ser la actitud de nuestras empresas a partir de este momento.

 

Os deseo lo mejor en la vuelta a la actividad.

 

Un saludo muy afectuoso.

 

Armando Mateos - Presidente de AEA

 

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